Walter Mignolo en sus escritos plantea una opción decolonial
de ver el mundo, su producción merece pensar que es algo extraña ya que un
hombre alto, rubio con ojos verdes, hijo de italianos y que creó sus más
grandes y sofisticadas teorías sobre el tema en París y Berkeley no proyecta
precisamente la imagen de alguien que haya sido humillado o visto de menos por
ser “sudaka”, como el mismo lo dice. Sin embargo, se ha logrado posicionar como
uno de los teóricos más importantes de la decolonialidad y sus reflexiones.
A que va todo esto, a pensar desde el lado del otro, desde
otra visión. Generalmente es estas teorías modernas del conocimiento incluyendo
los estudios de género, es muy fácil caer en los radicalismos y yo he sido víctima
de esta radicalización en los cursos de maestría en Estudios Artísticos. Cuando
hablo de ser víctima no quiero decir que me han sometido o que he sido
maltratado, pero si he sido discriminado por no estar de acuerdo con alguno o
cualquiera de sus lineamientos los cuales ya puedo interpretar como dogmas.
Hay que ver, por ejemplo, a que se le llama occidente y es
muy fácil, todo lo que queda al oeste de Jerusalén, este territorio se reduce a
Europa al hablar de colonización. Mignolo decía que toda su cultura era
Argentina así él hubiera tenido las características que nombro al principio del
texto, por lo tanto, él era argentino y esto le hizo difícil adaptarse a las
visiones eurocéntricas del mundo y al pensamiento civilizatorio del viejo
continente. El mundo da por sentado que los grandes traumas de la humanidad han
sido la masacre y erradicación de negros esclavos en África y la colonización
de América, en tiempos como el nuestro se nombra mucho el holocausto judío en
la segunda guerra mundial. Todo esto ha moldeado estas teorías las cuales yo
considero son bastante complejas y merecen un grado elevado de análisis y
reflexión.
Sin embargo, vamos a sentarnos en la silla en donde yo
estuve sentado hasta casi mis 20 años para explicar por qué yo me he sentido víctima
de estas corrientes y por qué hasta hace poco pude comprender mi desapego
absoluto por estas tierras en las que nací, mi empatía con otras causas y mis
gustos tan diferentes a los de los demás. Factores que han marcado mi vida y
que han llegado a etiquetarme en la sociedad la que proyecta a veces
admiración, a veces rechazo y a veces indiferencia por parte del común denominador
de mis compatriotas. Nací en Colombia, en Bogotá, en Chapinero, en la clínica David
Restrepo un primero de mayo a las 6:30 de la mañana aproximadamente, lo cual
geográficamente hablando me convierte en un colombiano, un sudamericano.
¿Pero hasta qué punto el lugar de nacimiento es lo que uno
es? Yo crecí en casa de mis abuelos, en una pequeña ciudad al centro del país
llamada Bucaramanga, mi madre y mi padre buscaban su vida, sobreviviendo el
tiempo que estuvieron juntos, mi padre se fue cuando yo tenía seis años y mi
hermano dos. Por eso yo pasé la mayoría del tiempo en casa de mis abuelos y
cuando no me encontraba allá pasaba en casa encerrado, era un niño poco social
y salir con mis amigos significaba jugar un rato, pero no a compartir la forma
de vida de ellos o de sus familias. En mi casa hablaban árabe, frases que nunca
podré olvidar y que eran naturales para mí. La fisionomía de mis abuelos era
muy particular. Habían llegado provenientes de El Salvador con una fortuna en
las manos buscando hacer vida en una tierra que prometía ser prospera… que
equivocados estaban. Lo único prospero en Colombia fue la maldad de quienes la
han moldeado.
Si nos vamos más atrás, los padres de mis abuelos eran de
Belén, Palestina, sí, Palestina, porque Israel no existía, porque Israel es un
país nuevo, durante milenios se llamó Palestina y en esa Palestina es donde
nació mi familia. Mi bisabuelo salió huyendo de la guerra con su esposa y se
estableció en centro américa, El Salvador. Ustedes se preguntarán por que
teniendo un padre colombiano no hago este escrito un poco más patriótico.
Bueno, porque mi padre nunca estuvo para educarme, yo crecí comiendo Tahini,
Tabule, Kibbez, berenjenas rellenas, hojas de parra, indios de repollo, hoy
tengo cuarenta y un años y no he probado un “aguae’panela”. Sencillamente yo no
crecí en Colombia, crecí en una casa multicultural en donde se hablaban otras
lenguas, se hablaba de otras tierras, se comía diferente y las historias eras
de El Salvador y la quinta avenida de New York.
Tengo algunos primos que se adaptaron mejor a esta realidad
porque sus padres no se separaron por lo tanto crecieron en hogares
colombianos, lamentablemente mi situación fue diferente.
Mi abuelo me enseñó que nosotros éramos los dueños del
mundo, que los colombianos eran despreciables y que yo podía ser lo que
quisiera ser. Me enseño como el dinero podía comprar almas y como era la
herramienta más importante de la humanidad actual, pero al parecer yo nunca
aprendí esa lección. Pero nunca gracias a todo eso, jamás he sentido la famosa
humillación de la que hablan en los textos de decolonialidad, nunca he sentido
la vergüenza del latinoamericano y nunca me he dejado despreciar por ninguna
raza o pueblo por qué no siento que sean más que yo, no deseo blanquearme y no
deseo ser parte de ninguno. ¡Jamás! Mi conflicto más bien ha sido con mi
nombre, no me ha gustado y hoy en día sigo buscando algo que me identifique
más.
Mis más grandes críticos, a quienes mis discursos colocan en
situaciones incomodas no conocen esta realidad, son personas que omiten los
procesos en los cuales cada persona llega a pensar cómo piensa, generalmente
están adoctrinados por este mundo mediático. Walter Mignolo nombra tres esferas
fundamentales que se desdibujan en la colonización que son el lenguaje, la
memoria y el espacio. Bueno, ninguna de estas en mi caso ha sido agredida o al
menos no lo siento así y aun lucho por no dejarme colonizar por un país y una
sociedad que a mí no me gusta y con la cual no me identifico. Por esto, soy el
diferente, el rebelde, el raro y sé que seguiré siéndolo porque es difícil que
los que se consideran victimas de algo cambien su pensamiento radical a la luz
de nuevas pruebas y nuevos argumentos, el colombiano es el ser más terco sobre
la faz de la tierra. Las discusiones en países como el nuestro no corresponden
a argumentos sino al peso de la opinión y las pasiones, esto es una verdad casi
irrefutable.
Una vez descubrí todo esto, por qué mi realidad era diferente,
comencé a cuestionarme entonces de dónde venían las críticas y su porqué,
acepté que vivía en una sociedad a la que no le gusta enfrentar sus problemas y
los soluciona ocultándolos, proyectando y negando lo que es obvio, disfrazando
la realidad y que es esta sociedad sí está humillada y colonizada y un ejemplo
concreto de esto es mi área de estudio, la música, para ser exactos el rock.
Esa necesidad triste de colorear de amarillo azul y rojo cualquier expresión
para sentir que se es colombiana, eso no lo necesita algo universal. Mejor
dicho, el rock jamás ha querido ni le ha interesado ser cumbia porque es
universal, pero la cumbia no encuentra más maneras de volverse rock para ser
escuchada en donde no la entienden o donde no es querida, eso es un complejo,
uno de inferioridad.
Y así ha sido toda mi vida, me han querido colorear de
amarillo, azul y rojo de mil maneras porque no pueden entender que una persona
pueda ver el panorama completo y no identificarse con la izquierda o la
derecha, con Colombia o Palestina, que no sea capaz de sentarse y sacar raíces en
una silla y clamar la patria con orgullo. Mi abuelo me hizo un favor, mi abuelo
me enseño que es la lógica la que debe dominar mi vida y no una doctrina o
ideología. El día en que los demás comprendan eso y se deshagan de su muro
mental el cual en algunas partes del planeta ya han convertido en un muro
físico, tal vez tendré la esperanza de sentirme en casa.
No me siento ni más ni menos que los demás, me siento un
igual, trato a los demás por igual, pero cuando me siento amenazado me
defiendo, sea de un colombiano, un judío, un blanco, un negro, un indígena, una
mujer, un hombre o cualquiera que represente una amenaza. Pero así mismo he
tratado de conocer todo tipo de personas y aprender de ellos.
La lógica fue el gran regalo de mi abuelo, la confianza de
saber quién soy al no tener ni idea de que soy, de no tener definida una
cultura, un territorio, un leguaje, un espacio… de ser el responsable de mi
propia realidad y eso me gusta.